En menos de un año, según el calendario previsto, conoceremos al campeón olímpico masculino de golf. Concretamente, el 14 de agosto de 2016. Y seis días después, el 20, a la vencedora de la competición femenina. Aquí ya hablamos de la modalidad del torneo, del ranking que se empleará para determinar los jugadores que participarán, etc. Hoy queremos plantear otra reflexión: ¿qué interés despertará?
No ponemos tanto en duda el interés que demuestran los aficionados, asociaciones, federaciones, industria, etc., como el que suscitará entre los propios jugadores. Seguramente, ya conoceréis las declaraciones de Adam Scott en las que aseguraba que el torneo olímpico no va a ser precisamente un sustituto de los Majors: “Estoy entrenando para llegar en las mejores condiciones a los Majors, que es lo que realmente me importa. Si luego tengo la suerte de clasificarme para los Juegos Olímpicos pues estupendo. Si no, pues tampoco pasa nada”.
Por supuesto, hay otros puntos de vista, como el de Suzann Pettersen: “Crecí viendo a todos mis héroes, compitiendo en televisión por ganar medallas de oro, plata y bronce. Ahora tengo la oportunidad de cumplir mi sueño y es muy inspirador para mí”.
Dos posturas, un debate
¿Con cuál de esas dos posturas, simplificando el debate en ellas, se identifican la mayoría de los jugadores? Creemos que, al menos públicamente, con la segunda. Por eso quizás tengamos que prestar más atención a la de Adam, para tratar de entenderla bien. Siendo justos, para él no es un “problema” exclusivo del golf, sino también de otros deportes, como el tenis; a diferencia del atletismo o de la natación, los juegos olímpicos no son el objetivo de toda una vida dedicada a la raqueta.
Aunque podríamos mencionar la Diamond League u otras competiciones en las que se participa a título individual, sí es verdad que, en atletismo, los campeonatos mundiales, europeos o los juegos olímpicos son siempre las grandes citas. El golf o el tenis, incluso el ciclismo, podrían estar en el extremo contrario. Pero también resulta interesante reflexionar sobre la motivación, el atractivo y el valor que le aporta a un deportista profesional participar en una competición por equipos nacionales; quizás el Campeonato del Mundo de Ciclismo en Ruta no “sustituya” a un Tour de Francia, pero ningún corredor rechazaría el maillot arcoíris. Y basta recordar el enorme interés que despierta la Copa Davis, una cita deportiva imprescindible que amplía, por decirlo así, el círculo de interesados en el tenis (para muchos, incluso demasiado).
Teniendo en cuenta la pasión y la identificación con un equipo que despiertan la Ryder Cup o la Solheim Cup, creemos que este factor va a ayudar, mucho, a que las grandes figuras deseen participar en el torneo olímpico, quizás por encima de otras propuestas de competición por equipos. Algo a lo que ayudará la correcta decisión del Comité de abrir la participación a todos los profesionales, seleccionados solo por ranking (recordemos lo que ocurre, por ejemplo, con el fútbol, limitado a jugadores sub-23 en el torneo masculino).
¿Y qué es lo que sí le falta al torneo olímpico? Algo inevitable: tradición. Basta mencionar a un Major o la Ryder Cup para que Río 2016 parezca “intruso”, por comparación. Pero si la inclusión del golf en el programa olímpico se convierte en permanente, si se acierta con el diseño o selección de los campos de juego y si las grandes figuras se implican al máximo, quizás sí todos nos pongamos de acuerdo en que hay un quinto Major. Al menos, una vez cada cuatro años.